domingo, 4 de noviembre de 2007

Macondo somos todos

Por Germán Marquínez Argote

Bajo este título escribí hace ventitrés años un comentario a Cien años de soledad, la novela más importante de Gabriel García Márquez. Luego conseguí contagiar mi entusiasmo por el realismo mágico a mi hijo Andrés, cuando realizaba estudios de diseño gráfico en la Universidad Nacional de Colombia. Como trabajo de grado presentó una baraja de ochenta cartas, diseñadas con símbolos y personajes macondianos. A finales del siglo XX tuvo Andrés la suerte de recibir la beca Reina Sofía para realizar estudios de doctorado en Madrid, pudiendo ver impresa su baraja en la casa de Heraclio Founier de Vitoria con el título de: UN TAROT PARA MACONDO. Hoy al inaugurar esta exposición, me hago la siguiente pregunta: ¿qué simboliza Macondo?

Macondo, en primer lugar, nombra a Aracataca, un pueblo de la costa atlántica colombiana, situado en las proximidades de la Ciénaga Grande de Santa Marta y al pie del imponente macizo de Sierra Nevada, que se yergue abruptamente desde las playas del mar Caribe a la colosal altura de 5.775 metros. ¡Qué contraste climatológico, calor húmedo y sofocante en la sabana de pie de monte y blanca nieve en los picos de la sierra! En estas coordenadas geográficas se asienta el pueblo que vio nacer a nuestro Nobel el 6 de marzo de 1927, hace ochenta años. Las experiencias vividas durante los años de su infancia con sus abuelos maternos, el mítico coronel Nicolás Ricardo Márquez y Tranquilina Iguarán, lo marcaron para siempre. Con ellos pasó los nueve primeros años en la casa grande que tenían en Aracataca. El 18 de febrero de 1950 volvió al pueblo con su madre Luisa Santiaga Márquez, para vender la casa familiar, reviviendo entonces los recuerdos de su infancia. El tren, que los llevó a Aracataca, pasó frente a la finca en cuya entrada había de tiempo atrás un letrero que decía Macondo.

“Esta palabra, comenta García Márquez en Vivir para contarla, me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca lo escuché a nadie ni me pregunté siquiera qué significaba. Lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyika existe la etnia errante de los macondos y pensé que aquel podía ser el origen de la palabra” A este último descubrimiento alude García Márquez en Cien años de soledad, cuando al final de la novela cuenta cómo el belga Gastón de vuelta a Europa fue enviado por error “a Tanganyika, donde se lo entregaron a la dispersa comunidad de los Makondos” (p. 459).

Como denominación de origen, Macondo es, pues, el nombre literario que García Márquez impuso a Aracataca. A partir de aquí, este nombre ha ido adquirido una sobresignificación, pasando a simbolizar el universo entero de la obra de García Márquez.

A dicho universo pertenece, en primer lugar, un pueblo anónimo del interior costeño, situado a la vera del caño o río de La Mojana, donde ejerció los oficios de telegrafista y homeópata el padre de Gabriel, siendo éste todavía adolescente. En este pueblo llamado Sucre, no menos macondiano que Aracataca, transcurren varios relatos novelescos de García Márquez como La mala hora (1961), Los funerales de Mamá Grande (1959), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Crónica de una muerte anunciada (1981). Dicho universo literario se extiende también a otros departamentos y ciudades de la Costa Atlántica colombiana, que fueron un inagotable semillero de cuentos y relatos novelescos: a La Guajira y su capital Ríohacha, de donde era originaria la familia de los Márquez-Iguarán que fundó a Macondo; a Valledupar, la capital del acordeón y de la canción vallenata; a Santa Marta, la ciudad la más próxima a Aracataca; a Barranquilla, la urbe portuaria en la que García Márquez formó parte del grupo literario liderado por Ramón Vinyes, el “sabio catalán” inmortalizado en las últimas páginas de Cien años de soledad; a la colonial Cartagena de Indias, en donde García Márquez situó su segunda gran novela El amor en los tiempos del cólera (1985) y otra de menor vuelo Del amor y otros demonios (1992).

A todo lo anterior hay que añadir que el espacio imaginario de Macondo desborda los departamentos de la costa caribeña y se adentra en la región andina, en cuya cordillera oriental a 2.600 metros de altura está encaramada Bogotá, la capital de Colombia. En Cien años de soledad aparece Bogotá como la lejana y sombría ciudad habitada por cachacos, sede del gobierno nacional de mala recordación en el Macondo original, porque en vez de resolver sus problemas los terminaba agravando. También pertenece al paisaje de Macondo el río Magdalena, mítica arteria fluvial que discurre de sur a norte por toda la geografía colombiana y que aparece como una corriente de vida y amor en El amor en los tiempos del cólera, mientras que en El general en su laberinto el Magdalena es el río de la desesperanza que va a dar en el mar, que es el morir.

Como si todo esto fuera poco, Macondo desborda simbólicamente los límites de la actual Colombia, identificando también a los países caribeños, en uno de los cuales nuestro novelista situó El otoño del patriarca (1975), la más macondiana de sus novelas. Un poco más y Macondo ha terminado simbolizando la totalidad de los países latinoamericanos, analogía que el propio creador de Macondo estableció en el discurso de recepción del premio Nobel que tituló La soledad de América latina y en el cual hizo ver el tamaño de nuestra soledad histórica, para terminar augurando a nuestros pueblos “una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Finalmente, pienso que el mundo literario creado por García Márquez en alguna medida nos concierne a todos los humanos más allá de cualquier frontera geográfica y cultural. Ello es así porque estamos ante un clásico de la literatura hispana del siglo XX, como desde hace cuatro siglos lo ha sido y seguirá siéndolo Miguel de Cervantes por obra y gracia de su Don Quijote de la Mancha. Clásicos son aquellos escritores cuyas obras trascienden el espacio y el tiempo en que fueron escritas, para convertirse en referentes de la humanidad entera. Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera, etc., son novelas leídas en todo el mundo bien en español o en traducciones, porque sus relatos hablan a millones de lectores sobre la propia condición humana. Por esta razón, me atrevo a terminar esta breve exposición con una rotunda afirmación: MACONDO SOMOS TODOS.

(Discurso con motivo de la Exposición "Un Tarot para Macondo" de Andrés Marquínez Casas, 7 Noviembre, Madrid (España) - Centro Colombo-Hispano, C/ Ronda de Segovia, 34)

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